Desde tiempos remotos el ser humano siempre se
ha sentido atraído por aquello que no está al alcance de su mano. Parece como si lo prohibido se revistiera de un halo de atracción irresistible para nosotros. En el fondo es una manifestación, digamos casi natural, que tenemos las personas por matar la curiosidad y por conquistar la libertad.
Nuestra propia condición como seres humanos es la que nos empuja a experimentar aquello que se nos niega porque necesitamos conocer lo desconocido y valorar sus consecuencias. Transgredimos las normas para sentir “en primera persona” sus consecuencias. Es el único modo que tenemos de repetir o renunciar por voluntad propia a actividades prohibidas, si éstas resultan o no realmente dañinas para nosotros. Como apuntaba Oscar Wilde “la única forma de vencer una tentación es dejarse arrastrar por ella”.
Cuando a algo o a alguien se presenta ante nuestros ojos con el cartel de prohibido, inmediatamente parece como si nuestro lado más aventurero se activara para conseguir ese reto. Lo vetado nos seduce y nos atrae. Si echamos un vistazo a nuestra vida cotidiana podemos encontrar múltiples ejemplos que confirman esta máxima. Basta que el médico nos haya prohibido consumir un alimento para que se convierta en el más apetecible; un libro despierta nuestro interés si ha sido censurado por algún motivo; una persona nos atrae más tiene pareja o se presenta como un amor imposible. Está claro que cuando algo está prohibido, nuestra mente decide prestarle más atención que de costumbre.
Opinión personal: He elegido esta noticia porque había pensado en un principio hacer un trabajo sobre este tema, ya que me resulta muy curioso el tema de las prohibiciones. Es una cosa que a todo el mundo le ha pasado, algo muy cotidiano y que pasamos por alto muy a menudo.
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